Fye
Nunca había entrado al bar de la esquina que veo siempre al ir a la estación de tren: Daragiela. Frente a la plaza de Merlo, en el cruce de Rivadavia y Juncal, un lugar elegante y económico. Lo primero que llamó mi atención al ingresar fue el decorado de la barra de bebidas ubicado en el centro del local. La textura me recordó a un precipicio con sus piedras irregulares pero, éstas, de tonalidades doradas que se mezclan con el marrón y el negro de las sombras. En la barra, las copas colgaban de su techo con gracia.
Las sillas y mesas son de madera cubierta con esmalte negro. En los bordes de los muebles se puede apreciar la pintura saltada debido al desgaste que produce el paso del tiempo, ¡pero no le quita el atractivo! Los tapetes, de tela parecida al terciopelo, rojos con detalles dorados. Las cortinas: naranjas, ¿qué más puedo decir de ellas?
Pedí un cappuccino daragiela, el cual supuse era la especialidad de la casa, no me dí cuenta de consultarlo. La primer capa contiene café con leche, la segunda chocolate (éstas las supongo por los colores) y espolvoreado en la espuma, pepitas de chocolate y canela. En el fondo, miel que, al mezclar la bebida y probarla, no sentí su sabor completamente, sino más bien una pizca de, como no puede ser de otra forma, endulzante, pero al olerla, percibí aquel aroma gratificante que nos hace sentir acogidos.
Creo que eso es lo que tanto me maravilla del café: tiene ese algo del té con miel en las noches de invierno antes de acostarme cuando tengo dolor de garganta; ese algo que hace desaparecer el vacío, en los malos días, como si invitara al aire a abrazarme ¡Y  lo hace!;  está repleto del calor de los brazos maternos rodeándonos y apretujándonos suave y cariñosamente, o de las manos que son imposibles de confundir sin siquiera mirarlas, sólo por la sensación que nos produce al tacto de ellas cuando, de niños, posaban sobre nuestra espalda y con cuidadosos movimientos se deslizaban de un lado a otro, de arriba a abajo, a veces pasando gentilmente por el cuero cabelludo, casi con picardía.
El café lleva consigo, en todas sus partículas, gotas de amor, ternura e inocencia y, a la vez, depositamos nosotros con cada sorbo hilos de recuerdos que jamás hubiésemos creído añorar tanto, dándole a la infusión un propio significado.