Fye
Porque para todo en la vida hay una excepción, hoy el café me supo agrio.
Fye
Nunca había entrado al bar de la esquina que veo siempre al ir a la estación de tren: Daragiela. Frente a la plaza de Merlo, en el cruce de Rivadavia y Juncal, un lugar elegante y económico. Lo primero que llamó mi atención al ingresar fue el decorado de la barra de bebidas ubicado en el centro del local. La textura me recordó a un precipicio con sus piedras irregulares pero, éstas, de tonalidades doradas que se mezclan con el marrón y el negro de las sombras. En la barra, las copas colgaban de su techo con gracia.
Las sillas y mesas son de madera cubierta con esmalte negro. En los bordes de los muebles se puede apreciar la pintura saltada debido al desgaste que produce el paso del tiempo, ¡pero no le quita el atractivo! Los tapetes, de tela parecida al terciopelo, rojos con detalles dorados. Las cortinas: naranjas, ¿qué más puedo decir de ellas?
Pedí un cappuccino daragiela, el cual supuse era la especialidad de la casa, no me dí cuenta de consultarlo. La primer capa contiene café con leche, la segunda chocolate (éstas las supongo por los colores) y espolvoreado en la espuma, pepitas de chocolate y canela. En el fondo, miel que, al mezclar la bebida y probarla, no sentí su sabor completamente, sino más bien una pizca de, como no puede ser de otra forma, endulzante, pero al olerla, percibí aquel aroma gratificante que nos hace sentir acogidos.
Creo que eso es lo que tanto me maravilla del café: tiene ese algo del té con miel en las noches de invierno antes de acostarme cuando tengo dolor de garganta; ese algo que hace desaparecer el vacío, en los malos días, como si invitara al aire a abrazarme ¡Y  lo hace!;  está repleto del calor de los brazos maternos rodeándonos y apretujándonos suave y cariñosamente, o de las manos que son imposibles de confundir sin siquiera mirarlas, sólo por la sensación que nos produce al tacto de ellas cuando, de niños, posaban sobre nuestra espalda y con cuidadosos movimientos se deslizaban de un lado a otro, de arriba a abajo, a veces pasando gentilmente por el cuero cabelludo, casi con picardía.
El café lleva consigo, en todas sus partículas, gotas de amor, ternura e inocencia y, a la vez, depositamos nosotros con cada sorbo hilos de recuerdos que jamás hubiésemos creído añorar tanto, dándole a la infusión un propio significado.
Fye
Escrito el  3/3.
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Un lunes agitado, la semana completa estuvo repleta de idas y venidas, no sólo en lo que a viaje respecta. Emocionalmente, cada cinco minutos cambiaba mi humor. Sin entrar en detalles, tan sólo voy a llamarla mi "larga semana ciclotímica", y digo larga dado que su comienzo fue el martes pasado.
El lunes, con tan solo dos horas de sueño, viajé por trabajo hasta Hurlingam. Lo que debía llevarme no más de una hora, hora y media como máximo, terminó ocupándome toda la mañana hasta pasado el mediodía. Con hambre, sed, calor, mareada, esperé el colectivo cerca de 20 minutos. Llegué a Morón e hice un par de trámites, dejando la búsqueda de la mochila para lo último. Cuando fui al local, estaba cerrado: "9 a 13 | 15 a 20". Eran las 14.30, así que decidí ir a tomar un café, hacía tiempo ya de la última vez que había ido a una cafetería. Encontré un lugar cerca del negocio, en una esquina diagonal a la plaza, y escogí una mesa que me permitiera verla desde ese ángulo.
Siendo sincera, para ser una persona amante del café, probé muy pocas preparaciones, debo decir, las clásicas: café puro, café con leche, cortado, expresso. Esta vez, decidí comenzar a saborear los diferentes tipos y me decidí por un Frapuccino. Mientras esperaba mi pedido observé la cafetería/heladería. La tabla de las mesas cuadradas y redondas eran de color marrón oscuro con un único soporte negro en el centro que unían a la base, siempre circular, del mismo color. El acolchonado de las sillas estaba confeccionado con cuerina blanca y el respaldo era curvo. Había un pequeño bebedero de color metálico frente a la barra de helados. Pegada a ésta última, hacia el costado, estaba la caja y luego la cafetería. Algo que me sorprendió, fue un cartel con algunos de los servicios que ofrece el lugar y uno de ellos era "¡Servicio de mate!". Primer lugar en el que veo tal cosa.
En cuanto al Frapuccino ¿qué puedo decir? Fue riquísimo. Los pedazos de chocolate semi-amargo estaban cortados a un tamaño que entraban por el sorbete, medio ancho, y te permitía saborearlo con el resto de la bebida. Espolvoreada en la espuma, la canela (que, por cierto, nunca me gustó) le daba un toque dulzón pero a la vez lo cortaba con su textura áspera. En vez de crema, tenía helado de vainilla (por suerte), aunque ¿quién sabe? tal vez hasta le pusieron un poco de crema batida.
No puedo decir que fue el mejor Frapuccino ni el peor que probé, sencillamente porque es la primera vez que pido uno, pero de que fue riquísimo, no tengo dudas.