Fye
Suave, clara, cremosa; la superficie es tentadora. Al sujetar la taza con las manos, ambas, heladas como el hielo, se regocijan ante la calidez de la vasija. Los vellos de los brazos y cuello se erizan con la llegada de ese cosquilleo que produce la diferencia de temperaturas.
Incluso, al cerrar los ojos puedo ver la energía calórica siendo absorbida por mi mano con delicadeza, avanzando con lentitud mientras relaja todas mis articulaciones; por las muñecas, los codos, los hombros, llega a la columna vertebral e, inconscientemente, enderezo la postura encorvada y tensa a causa del frío. Siento un "no sé qué" en la cadera y, acto seguido, todo el peso depositado en las piernas y pies desaparece, y pasan a ser una mera extensión del cuerpo que cuelga sin preocupación alguna.
Donde llega por último, es a la cabeza. La frente se despide de las arrugas y deja a las cejas en libertad. Un pequeño dolor me invade la sien, pero es expulsado inmediatamente en una profunda exhalación que termina con todo este proceso.

Han pasado tan sólo unos segundos hasta que levanto los párpados y observo la espuma del café, la cual he de mirar con curiosidad. Jamás probarás dos con el mismo sabor. La más mínima diferencia en cantidades de componentes hará que cambie por completo. Es entonces, luego de ese despertar de intriga, cuando no queda más que saborear la superficie para conocer lo que nos espera debajo de ella: el verdadero color, el verdadero sabor y textura... lo que se oculta bajo esa pequeña capa de protección.